martes, 22 de marzo de 2016

Marzo se llevó al creador de "El hombre de marzo" : Tomás de Mattos.-


Murió el escritor uruguayo Tomás de Mattos


El autor y periodista, autor de ¡Bernabé, Bernabé! y otras novelas históricas, murió a sus 68 años
Falleció el escritor y periodista uruguayo, Tomás de Mattos. autor de obras reconocidas y premiadas de laliteratura uruguaya contemporánea, como ¡Bernabé, Bernabé! La puerta de la misericordia. Mattos también fue director de la Biblioteca Nacional durante los años 2005-2010. 

En abril de 2015, Mattos fue operado en el Centro Regional de Neurocirugía de Tacuarembó (Cerenet) del hospital de Tacuarembó luego de que el escritor sufriera un golpe en el cráneo que le provocara un hematoma interno. 
Hijo de tacuaremboenses, nació en Montevideo y fue abogado de profesión. Publicó su primera novela en 1988 (¡Bernabé, Bernabé!) sobre el Fundador de San Fructuoso, Bernabé Rivera. En 1997 integró la Academia Nacional de Letras del Uruguay y en 2002 publicó La puerta de la misericordia laureada con el Premio Bartolomé Hidalgo en el año 2003. Escribió también dos volúmenes sobre José Pedro Varela (El hombre de marzo) y en 2014 editó su última novela, Don Candinho o las doce orejas.
"El legado de Tomás es importante. Fue un gran escritor y novelista uruguayo", indicó el escritor Carlos María Domínguez. "Lo conocí a poco de venir a Montevideo, en el año 1989. ¡Bernabé, Bernabé! fue el titulo más sonado por aquel entonces. Fue un bestseller y hacía tiempo que no se daba un éxito de ventas uruguayo de esa magnitud. Un libro muy apreciado por la crítica y por el público", indicó Domínguez.
"Tenía todas las condiciones de un gran novelista. Yo creo que una obra que, curiosamente, no fue suficientemente valorada como merecía aquí en Uruguay fue La fragata de las máscaras, la reescritura de Benito Cereno de Herman Melville. Es una gran novela", agregó el escritor. "Tuvo otros grandes trabajos. Un cuento como Trampa de barro es inolvidable, un mojón en la literatura uruguaya. O La puerta de la misericordia o A la sombra del paraíso...tantos títulos. Es una gran pérdida", comentó Domínguez.

                                                                                       Fuente:  diario El Observador
                                                                                              22 de marzo de 2016

viernes, 18 de marzo de 2016

6to año. HONTANAR, SIGLO XVIII FRANCÉS.-


I)                    CARACTERES GENERALES DEL SIGLO XVIII FRANCÉS.-  Durante el siglo XVIII, Francia ejerce la hegemonía cultural de Europa; por lo tanto es en ese país donde debe ser estudiada especialmente esta época.
El siglo XVIII procede del XVII y al mismo tiempo que continúan algunas de sus tendencias, significa fundamentalmente una violenta reacción contra él.
Estudiaremos comparativamente los caracteres de ambos siglos.
El siglo XVII es cristiano y monárquico. La literatura está al servicio de las instituciones. Es una literatura centralizada en la Monarquía: Luis XIV, Versalles. Es una literatura cristiana, espiritualista y moral. Es al mismo tiempo, aristocrática y mundana. Es una literatura impersonal y objetiva, disciplinada, sometida a las reglas estéticas, recogidas por Boileau, en su “Arte Poética” (1674). Tal es el clasicismo moderno o el clasicismo francés, característico del siglo XVII, que ha sido definido como el equilibrio entre la razón y la verdad, entre la verdad y la belleza: “Solo es hermoso lo verdadero; solo lo verdadero es amable; lo bello es lo razonable; lo razonable es lo real” (Boileau). El ideal artístico radica en la imitación de la naturaleza, según la clásica definición de Aristóteles. Debe lograrse la naturalidad y claridad en los conceptos, en el estilo y en el lenguaje. La producción literaria sigue a los modelos clásicos greco-latinos; los poetas antiguos, más próximos a la naturaleza, son quienes la han comprendido mejor. Sin embargo, no se hace de los antiguos una imitación tan servil como en el Renacimiento, porque se les adapta a lo nacional.
El Siglo XVIII significa una revolución en el plano de las ideas con respecto al siglo anterior. La literatura adopta una actitud militante: en nombre de la soberanía absoluta de la razón ataca todas las creencias tradicionales y pretende reformar o destruir todas las instituciones de la época. El centro literario ya no es Versalles, sino París: los salones y los cafés literarios. Es una literatura irreligiosa. El racionalismo destruye el equilibrio clásico entre la razón, verdad y belleza. Se afirma la primacía absoluta de la razón; ni la esfera de la fe, ni la de la tradición están libres de su predominio. Lo ideal artístico aparece desplazado por el espíritu científico y filosófico. El prosaísmo domina todas las manifestaciones literarias. La lengua se intelectualiza; se amolda a las exigencias del pensamiento filosófico y pierde el sentido del matiz. El fondo predomina sobre la forma. Se tiende a lograr una precisión casi algebraica en la expresión de las ideas. “El estilo – dice Buffon- no es más que el orden y el movimiento que se pone a las ideas”.
La literatura del siglo XVIII desprecia a los antiguos. Como consecuencia de la creencia en el progreso, se ataca la tradición clásica antigua. Se toma como modelos a los autores del siglo anterior, es decir a los clásicos modernos. Expresa Voltaire: “Todas las tragedias griegas me parecen obras de estudiante en comparación con las sublimes escenas de Corneille y las perfectas tragedias de Racine”. Voltaire defiende la aplicación de las reglas literarias; admira a Boileau, el preceptista del siglo XVII, y menosprecia a Shakespeare y al teatro español de la edad de oro.
En síntesis, pues, la literatura del siglo XVIII, revolucionaria en el aspecto filosófico, es conservadora desde el punto de vista literario, ya que respeta las reglas clásicas y se inspira en los modelos del siglo precedente. Tal es el neo-clasicismo, tendencia literaria característica del siglo XVIII.
Ahora bien, independientemente del neoclasicismo y del filosofismo, en un segundo plano, se desenvuelven dos tendencias en este siglo: la primera está representada por las comedias ligeras, frívolas, ingeniosas y galantes de Marivaux, que contrastan con la gravedad y seriedad del espíritu filosófico; y la segunda, la más importante, por ser precursora del romanticismo, la llamada “corriente sensible” atraviesa todo el siglo XVIII y está representada por el Abate Prevost, con “Manon Lescaut” (1731) y fundamentalmente con Rousseau, con “La Nueva Heloísa” (1761). Rousseau es el principal precursor del movimiento romántico, pues inaugura, en pleno siglo XVIII, la literatura subjetiva y confesional.

Analizaremos algunos aspectos fundamentales del siglo XVIII francés.

Factores políticos y sociales.- El siglo XVIII presenta la particularidad de que en él no existe una gran figura política en torno a la cual se agrupan las fuerzas espirituales e intelectuales. La realeza, de gran poderío en el siglo anterior en que la personalidad de Luis XIV centralizaba en torno de sí toda la vida de la nación, está completamente debilitada. La autoridad política del res es discutida. Cortesano y favoritos triunfan en esta monarquía decadente gracias a la ineptitud del rey Luis XV. El rey pierde la dirección de los espíritus. El centro intelectual no es Versalles como durante el reinado anterior, sino París con sus salones y sus cafés.
La nobleza también está en decadencia; abusa de sus privilegios y trata de rodear al monarca y aislarlo de la burguesía en lo cual radica precisamente la mayor fuerza intelectual y económica.
Paralelamente a este proceso de descomposición de las fuerzas que hasta entonces habían sido las dominantes, se produce, como ya hemos señalado, el fenómeno del crecimiento de la importancia de la burguesía. Aunque puede decirse que los burgueses gozaban ya de cierto prestigio y ascendencia antes de este período, en el siglo XVIII dicha clase social pasa al primer plano, a constituir lo más relevante de la vida nacional. Voltaire, la figura de mayor importancia del período es un acaudalado burgués.

La soberanía de la razón.- El movimiento y la transformación ideológica son apreciables en este siglo. Se produce una verdadera revolución en la manera de pensar, y, por una exageración del principio de la soberanía de la razón heredado del siglo anterior, se afirma ilimitadamente el derecho al examen y a la crítica de todas las concepciones existentes. Se ataca a la organización social y a las instituciones políticas, sintiéndose los espíritus poseídos por un ansia de renovación tal que hasta el principio de la autoridad del monarca, tan respetado cuando Luis XIV, entra ahora en crisis. La debilidad de las instituciones y, sobre todo, la descomposición de las clases dominantes, hizo posible este ataque llevado a cabo por la intelectualidad de la época en nombre de la razón, de la creencia en la bondad natural del hombre y en la perfectibilidad indefinida del espíritu humano.

Irreligiosidad.- La literatura de este siglo es esencialmente irreligiosa.
Esta irreligiosidad es consecuencia del dogma de la soberanía de la razón. En el siglo anterior, la razón encontraba un límite en la fe, pero ahora la fe se ha debilitado debido, entre otras causas, a las disputas entre jansenistas y católicos. Paralelamente a este debilitamiento de la fe se opera un fortalecimiento de la razón, a través del cartesianismo, cobrando tal autoridad el razonamiento lógico que era esgrimido como argumento decisivo aún en las disputas teológicas a que hemos hecho referencia.
No se niega la existencia de la Providencia como principio ordenador del universo y hasta se llega a admitir un teísmo vago e indefinido, pero se ataca a la Iglesia como institución y se trata de sustituir la moral de base cristiana, por una moral laica asentada fundamentalmente en el postulado de que el hombre es natural y esencialmente bueno.
Se sustituyen los dogmas religiosos por los dogmas filosóficos y científicos: la idea de progreso, la perfectibilidad indefinida del hombre.

Concepción filosófica.- La concepción filosófica del siglo XVIII es al mismo tiempo individualista, sociológica y universalista.
Es individualista en el sentido de que afirma la existencia de los derechos del hombre, derechos naturales, anteriores y superiores a la sociedad. Como consecuencia de ese individualismo, el hombre aparece en pugna con las instituciones y con la organización social, contrariamente a lo que sucedía en el siglo anterior, en el cual el individuo ocupaba un sitio determinado en la sociedad.
Es asimismo una literatura sociológica, en el sentido de que se preocupa fundamentalmente de la reforma de la sociedad y no del individuo en su aspecto moral, como en el período anterior. Partiendo de la idea de bondad natural del hombre, se llega como  conclusión a la necesidad de la reestructuración del elemento social, ya que el elemento humano, de suyo, no tiene necesidad de esta reforma.
Se creía que esta reforma debía partir de la legislación, es decir de las normas que rigen la vinculación entre los diversos individuos, y no del hombre mismo, por ser éste naturalmente bueno.
Se prescinde de la psicología; no se estudia al hombre como ser moral, sino en sus relaciones con los demás integrantes del cuerpo social, sin tener en cuenta las diferencias existentes entre unos y otros. Se concibe un tipo de hombre abstracto y sobre él se trabaja, dejando de lado las características diferenciales que separan entre sí a los individuos, tales como el temperamento, la raza, el momento histórico, etc.
En general podemos decir pues, que la filosofía del siglo XVIII se caracteriza por el abuso de la abstracción y la generalización, sólo se tiene en cuenta lo que existe de común en el hombre como un tipo uniforme, impermeable a las circunstancias de tiempo y de ubicación geográfica. Como dice Lanson: “En moral, en religión, en política, el siglo XVIII legisla para el hombre en sí, para ese vago residuo que se obtiene suprimiendo todas las  diferencias que se perciben entre el francés, el inglés, el chino, etc… y que no corresponde, en resumidas cuentas, a ningún hombre real”.  Como consecuencia decaen los géneros literarios psicológicos tales como la comedia, la tragedia y la oratoria sagrada, y la producción artística de este siglo lleva impreso un carácter cosmopolita.
Los problemas planteados por los filósofos de esta época están referidos, como vimos, a un tipo de hombre abstracto, y son, por ende, de proyección universal, pudiendo aplicarse sus soluciones a todo el mundo, ya que los dictados de la razón tienen vigencia universal.-

                                          LITERATURA DE LOS SIGLOS XVIII Y XIX.- HONTANAR
                        APUNTES DE LITERATURA, PÁGINAS 7-12,   ED. MOSCA HNOS, 1971.-

5to año, Cervantes: una noticia publicada en el diario Clarín, el año pasado.-

http://www.clarin.com/sociedad/Confirman-encontraron-restos-Cervantes_0_1322267951.html

miércoles, 16 de marzo de 2016

Miguel de Cervantes Saavedra: la vida del escritor español más célebre de todos los tiempos.



Hola alumnos: copio y pego aquí una dirección para que accedan a la vida de Cervantes desde un material audiovisual que me pareció muy valioso.
Espero puedan aprovecharlo!

https://youtu.be/VHd29tdvKXM

viernes, 11 de marzo de 2016

5to y 6to PROTOCOLO.-

PROTOCOLO.-

ESTA ES UNA GUÍA PARA LA BÚSQUEDA DE INFORMACIÓN PREVIA AL ABORDAJE DE LAS OBRAS, EN CADA CASO:

DEBES CONOCER DEL CONTEXTO
DEBES SABER DEL TEXTO
·                     Ubicación de la obra en el tiempo y lugar de creación: saber el año y por lo tanto el siglo en el cual se creó. Conocer las características de la época a la cual corresponde ese texto, si está enmarcado en una corriente, escuela o movimiento literario, poder mencionarlo y saber sus características más destacadas.
·                     Presentación del autor atendiendo a los aspectos más relevantes de su vida y de su obra.
Ejemplo: ¿Dónde y cuándo nació? ¿Qué formación tiene? ¿A qué se dedica? ¿Qué escritores influyeron en él? ¿Qué obras escribió? ¿Qué propósito perseguían? ¿Cómo valora la sociedad este autor?
·                     Género literario y subgénero.
·                     Estructura externa (partes/ divisiones).
·                     Estructura interna (momentos del desarrollo).
·                     Contenido (tema de un poema/ argumento de una narración/ conflicto de un texto dramático).
·                     Trascendencia en su tiempo y más allá de su época.
·                     Idioma original y su traducción (posibles cambios de formas).
·                     Intencionalidad del autor al crearlo.
RECUERDA SIEMPRE ANOTAR BIBLIOGRAFÍA Y/O WEBGRAFÍA.

miércoles, 2 de marzo de 2016

6to. año "El viaje a la ficción"(fragmento), Mario Vargas Llosa.


El viaje a la ficción – Mario Vargas Llosa

La literatura es una hija tardía de ese quehacer primitivo, inventar y contar historias, que humanizó a la especie, la refinó, convirtió el acto instintivo de la reproducción en fuente de placer y en ceremonia artística —el erotismo— y disparó a los humanos por la ruta de la civilización, una forma sutil y elevada que sólo fue posible con la escritura, que aparece en la historia muchos miles de años después de los lenguajes. ¿Alteró sustancialmente la escritura —la literatura— el viaje a la ficción que emprendían juntos los primitivos cada vez que se reunían a oír contar historias a sus contadores de cuentos? Esencialmente, no. La escritura dio a las historias una forma más ceñida y cuidada, y las hizo más personales, complejas y elaboradas, diversificándolas, sutilizándolas hasta dotar a algunas de ellas de dificultades que las volvían inaccesibles al lector común y corriente, algo que de por sí era inconcebible en el género de ficciones orales dirigidas al conjunto de la comunidad….

Pero, descontando las variantes formales y la metamorfosis a que está sometida inevitablemente la literatura oral, hay una inequívoca línea de continuidad entre aquélla y la escrita, entre la ficción contada y escuchada y la leída, por lo menos en lo que ambas representan en su origen y designio: un movimiento mental del desvalido ser humano para salir de la jaula en que transcurre su vida y alcanzar una libertad e iniciativa que lo hace escapar del espacio y del tiempo en que transcurre su existencia, y extiende y profundiza sus experiencias haciéndolo vivir, como en una metamorfosis mágica, otras acciones, aventuras, pasiones ,y le permite adueñarse de toda clase de destinos, aun los más estrafalarios y riesgosos, que las ficciones bien concebidas y contadas —las ficciones persuasivas—,oídas o leídas, incorporan a sus vidas.

Esta vida de mentiras que es la ficción, que vivimos cuando viajamos, solos o acompañados (escuchando a los habladores o leyendo a cuentistas y novelistas), hacia esos universos creados por la imaginación y los apetitos humanos, no debe ser considerada una mera réplica de la vida de verdad, la vida objetivamente vivida, aunque ésta sea la tendencia con que suelen estudiarla los científicos sociales que, valiéndose de la literatura oral y escrita, ven en ésta un documento sociológico e histórico para conocer las intimidades de una sociedad. En verdad, la ficción no es la vida sino una réplica a la vida que la fantasía de los seres humanos ha construido añadiéndole algo que la vida no tiene, un complemento o dimensión que es precisamente lo ficticio de la ficción, lo propiamente novelesco de la novela, aquello de lo que la vida real carece, pero que deseábamos que tuviera —por ejemplo un orden, un principio y un fin, una coherencia y mil cosas más— y para poder tenerlo debimos inventarlo a fin de vivirlo en el sueño lúcido en el que se viven las ficciones.

Es un error creer que soñamos y fantaseamos de la misma manera que vivimos. Por el contrario, fantaseamos y soñamos lo que no vivimos, porque no lo vivimos y quisiéramos vivirlo. Por eso lo inventamos: para vivirlo de a mentiras, gracias a los espejismos seductores de quien nos cuenta las ficciones. Esa otra vida, de mentiras, que nos acompaña desde que iniciamos el largo peregrinaje que es la historia humana, no nos refleja como un espejo fiel, sino como un espejo mágico, que, penetrando nuestras apariencias, mostraría nuestra vida recóndita, la de nuestros instintos, apetitos y deseos ,la de nuestros temores y fobias, la de los fantasmas que nos habitan. Todo eso somos también nosotros, pero lo disimulamos y negamos en nuestra vida pública, gracias a lo cual es posible la convivencia y la vida social, a la que tantas cosas debemos sacrificar para que la comunidad civilizada no estalle en caos, libertinaje y violencia. Pero esa otra vida negada y reprimida que es también nuestra sale siempre a flote y de alguna manera la vivimos en las historias que nos subyugan, no sólo porque están bien contadas, sino acaso sobre todo porque gracias a ellas nos reencontramos con la parte perdida —Georges Bataille la llamaba la «parte maldita»— de nuestra personalidad.

A la vez que sirvió para que con ella aplacáramos nuestros miedos y deseos, la ficción nos hizo más inconformes y ambiciosos y dio un sentido trascendente a nuestra libertad, al hacer nacer en nosotros la voluntad de vivir de manera distinta a la que nuestra circunstancia nos obliga. Por eso, aunque en el milenario transcurrir del acontecer humano nos hemos ido despojando de tantas cosas —prejuicios, tabúes, miedos, costumbres, creencias, dioses y demonios que eran otros tantos obstáculos para poder alcanzar nuevas cimas de progreso y civilización—, hemos seguido siendo fieles a ese antiguo rito que, para fortuna nuestra, comenzaron a practicar los ancestros en el principio de la historia: soñar juntos, convocados por las palabras de otro soñador—hablador, cuentista, juglar, trovero, dramaturgo o novelista—, para de este modo conjurar nuestros miedos y escapar a nuestras frustraciones, realizar nuestros anhelos recónditos, burlar a la vejez y vencer a la muerte, y vivir el amor, la piedad, la crueldad y los excesos que nos reclaman los ángeles y demonios que arrastramos con nosotros, multiplicando de esta manera nuestras vidas al calor del fuego que chisporrotea de esa otra vida, impalpable, hechiza e imprescindible que es la ficción…junto a la vida verdadera, los seres humanos hemos venido construyendo una vida paralela, de palabras e imágenes tan mentirosas como persuasivas, donde ir a refugiarnos para escapar de los desastres y limitaciones que a nuestra libertad y a nuestros sueños opone la vida tal como es…(Págs. 27 a 32)


5TO. ¿POR QUÉ LEER LOS CLÁSICOS?

Por qué leer los clásicos.  Ítalo Calvino.-


Por qué leer los clásicos
Empecemos proponiendo algunas definiciones.
1.
 Los clásicos son esos libros de los cuales se suele oír decir 
:
«Estoy releyendo...» y nunca «Estoy leyendo...».
Es lo que ocurre por lo menos entre esas personas que se supone «de vastas lecturas»; no vale para la juventud, edad en la que el encuentro con el mundo, y con los clásicos como parte del mundo, vale exactamente como primer encuentro. El prefijo iterativo delante del verbo «leer» puede ser una pequeña hipocresía de todos los que se avergüenzan de admitir que no han leído un libro famoso. Para tranquilizarlos bastará señalar que por vastas que puedan ser las lecturas «de formación» de un individuo, siempre queda un número enorme de obras fundamentales que uno no ha leído. Quien haya leído todo Herodoto y todo Tucídides que levante la mano. ¿Y Saint-Simon? ¿Y el cardenal de Retz? Pero los grandes ciclos novelescos del siglo XIX son también más nombrados que leídos. En Francia se empieza a leer a Balzac en la escuela, y por la cantidad de ediciones en circulación se diría que se sigue leyendo después, pero en Italia, si se hiciera un sondeo, me temo que Balzac ocuparía los últimos lugares. Los apasionados de Dickens en Italia son una minoría reducida de personas que cuando se encuentran empiezan enseguida a recordar personajes y episodios como si se tratara de gentes conocidas. Hace unos años Michel Butor, que enseñaba en Estados Unidos, cansado de que le preguntaran por Emile Zola, a quien nunca había leído, se decidió a leer todo el ciclo de los Rougon-Macquart. Descubrió que era completamente diferente de lo que creía: una fabulosa genealogía mitológica y cosmogónica que describió en un hermosísimo ensayo.
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Esto para decir que leer por primera vez un gran libro en la edad madura es un placer extraordinario: diferente (pero no se puede decir que sea mayor o menor) que el de haberlo leído en la juventud. La juventud comunica a la lectura, como a cualquier otra experiencia, un sabor particular y una particular importancia, mientras que en la madurez se aprecian (deberían apreciarse) muchos detalles, niveles y significados más. Podemos intentar ahora esta otra definición:
2. Se llama clásicos a los libros que constituyen una riqueza para quien los ha leído y amado, pero que constituyen una riqueza no menor para quien se reserva la suerte de leerlos por  primera vez en las mejores condiciones para saborearlos.
En realidad, las lecturas de juventud pueden ser poco provechosas por impaciencia, distracción, inexperiencia en cuanto a las instrucciones de uso, inexperiencia de la vida. Pueden ser (tal vez al mismo tiempo) formativas en el sentido de que dan una forma a la experiencia futura, proporcionando modelos, contenidos, términos de comparación, esquemas de clasificación, escalas de valores, paradigmas de belleza: cosas todas ellas que siguen actuando, aunque del libro leído en la juventud poco o nada se recuerde. Al releerlo en la edad madura, sucede que vuelven a encontrarse esas constantes que ahora forman parte de nuestros mecanismos internos y cuyo origen habíamos olvidado. Hay en la obra una fuerza especial que consigue hacerse olvidar como tal, pero que deja su simiente. La definición que podemos dar será entonces:
3.
 Los clásicos son libros que ejercen una influencia particular ya sea cuando se imponen por inolvidables, ya sea cuando se esconden en los pliegues de la memoria mimetizándose con el inconsciente colectivo o individual.
Por eso en la vida adulta debería haber un tiempo dedicado a repetir las lecturas más importantes de la juventud. Si los libros siguen siendo los mismos (aunque también ellos cambian a la luz de una perspectiva histórica que se ha transformado), sin duda nosotros hemos cambiado y el encuentro es un acontecimiento totalmente nuevo .Por lo tanto, que se use el verbo «leer» o el verbo «releer» no tiene mucha importancia. En realidad podríamos decir:
4.
Toda relectura de un clásico es una lectura de descubrimiento como la primera.
5.
Toda lectura de un clásico es en realidad una relectura.
La definición 4 puede considerarse corolario de ésta:
6.
Un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir.
Mientras que la definición 5 remite a una formulación más explicativa, como:
7.
 Los clásicos son esos libros que nos llegan trayendo impresa la huella de las lecturas que han precedido a la nuestra, y tras de sí la huella que han dejado en la cultura o en las culturas que han atravesado (o más sencillamente, en el lenguaje o en las costumbres).
Esto vale tanto para los clásicos antiguos como para los modernos. Si leo la Odisea leo el texto de Homero, pero no puedo olvidar todo lo que las aventuras de Ulises han llegado a significar a través de los siglos, y no puedo dejar de preguntarme si esos significados estaban implícitos en el texto o si son incrustaciones o deformaciones o dilataciones. Leyendo a Kafka no puedo menos que comprobar o rechazar la legitimidad del adjetivo «kafkiano» que escuchamos cada cuarto de hora aplicado a tuertas o a derechas. Si leo Padres e hijos de Turguéniev o  Demonios de Dostoyevski, no puedo menos que pensar cómo esos personajes han seguido reencarnándose hasta nuestros días. La lectura de un clásico debe depararnos cierta sorpresa en relación con la imagen que de él teníamos. Por eso nunca se recomendará bastante la lectura directa de los textos originales evitando en lo posible bibliografía crítica, comentarios, interpretaciones. La escuela y la universidad deberían servir para hacernos entender que ningún libro que hable de un libro dice más que el libro en cuestión; en cambio hacen todo lo posible para que se crea lo contrario. Por una inversión de valores muy difundida, la introducción, el aparato crítico, la bibliografía hacen las veces de una cortina de humo para esconder lo que el texto tiene que decir y que sólo puede decir si se lo deja hablar sin intermediarios que pretendan saber más que él .Podemos concluir que:

8.
Un clásico es una obra que suscita un incesante polvillo de discursos críticos, pero que la obra se sacude continuamente de encima.
El clásico no nos enseña necesariamente algo que no sabíamos; a veces descubrimos en él algo que siempre habíamos sabido (o creído saber) pero no sabíamos que él había sido el primero en decirlo (o se relaciona con él de una manera especial). Y ésta es también una sorpresa queda mucha satisfacción, como la da siempre el descubrimiento de un origen, de una relación, de una pertenencia. De todo esto podríamos hacer derivar una definición del tipo siguiente
9.
 Los clásicos son libros que cuanto más cree uno conocerlos de oídas, tanto más nuevos, inesperados, inéditos resultan al leerlos de verdad.
 Naturalmente, esto ocurre cuando un clásico funciona como tal, esto es, cuando establece una relación personal con quien lo lee. Si no salta la chispa, no hay nada que hacer: no se leen los clásicos por deber o por respeto, sino sólo por amor. Salvo en la escuela: la escuela debe hacerte conocer bien o mal cierto número de clásicos entre los cuales (o con referencia a los cuales) podrás reconocer después «tus» clásicos. La escuela está obligada a darte instrumentos para efectuar una elección; perolas elecciones que cuentan son las que ocurren fuera o después de cualquier escuela. Sólo en las lecturas desinteresadas puede suceder que te tropieces con el libro que llegará a ser tu libro. Conozco a un excelente historiador del arte, hombre de vastísimas lecturas, que entre todos los libros ha concentrado su predilección más honda en Las aventuras de Pickwick, con cualquier pretexto cita frases del libro de Dickens, y cada hecho de la vida lo asocia con episodios pickwickianos. Poco a poco él mismo, el universo, la verdadera filosofía han adoptado la forma de Las aventuras de Pickwick  en una identificación absoluta. Llegamos por este camino a una idea de clásico muy alta y exigente:
10.
 Llámase clásico a un libro que se configura como equivalente del universo, a semejanza de los antiguos talismanes.
Con esta definición nos acercamos a la idea del libro total, como lo soñaba Mallarmé. Pero un clásico puede establecer una relación igualmente fuerte de oposición, de antítesis. Todo lo que Jean-Jacques Rousseau piensa y hace me interesa mucho, pero todo me inspira un deseo incoercible de contradecirlo, de criticarlo, de discutir con él. Incide en ello una antipatía personal en el plano temperamental, pero en ese sentido me bastaría con no leerlo, y en cambio no puedo menos que considerarlo entre mis autores. Diré por tanto:
11.
Tu clásico es aquel que no puede serte indiferente y que te sirve para definirte a ti mismo en relación y quizás en contraste con él.
Creo que no necesito justificarme si empleo el término «clásico» sin hacer distingos de antigüedad, de estilo, de autoridad. Lo que para mí distingue al clásico es tal vez sólo un efecto de resonancia que vale tanto para una obra antigua como para una moderna pero ya ubicada en una continuidad cultural. Podríamos decir:
12.
Un clásico es un libro que está antes que otros clásicos; pero quien haya leído primero los otros y después lee aquél, reconoce enseguida su lugar en la genealogía.
Al llegar a este punto no puedo seguir aplazando el problema decisivo que es el de cómo relacionar la lectura de los clásicos con todas las otras lecturas que no son de clásicos.

6TO. AÑO, LITERATURA: PROGRAMA OFICIAL.-

CONTENIDOS PROGRAMÁTICOS
INTRODUCCIÓN. Del Racionalismo al Sturm Und Drang.
Rousseau, Voltaire, Goethe.
UNIDAD I La poesía: Del Romanticismo a la contemporaneidad.
G.Leopardi, V.Hugo, W.Whitman, E.A.Poe, Ch.Baudelaire.
Contextualización: R .M. Rilke, S .Mallarmé, F. Pessoa, P. Valéry, T.S.Eliot, E. Pound, Lautréamont

UNIDAD II Del Realismo a la contemporaneidad.
Tolstoi, Dostoiewski, Dickens, Melville, Balzac, Flaubert, James Joyce, Marcel Proust, Franz Kafka, H. Hesse, Faulkner, Ray Bradbury,
Ernest Hemingway.
Contextualización: Gogol, Turgueniev, Henry James, Joseph Conrad, Virginia Woolf, Raymond Carver, Thomas Mann, Ítalo Calvino, Y.
Mishima, Raymond Chandler, M. Yourcenar.
UNIDAD III Poesía Iberoamericana.
Vicente Huidobro, César Vallejo, Pablo Neruda, J. L. Borges (*), Octavio Paz, P. Salinas, J. Guillén, L.
Cernuda, Marosa Di Giorgio.
UNIDAD IV Narrativa Latinoamericana.
6J. Rulfo, A. Carpentier, J. C. Onetti, J. Ma. Arguedas, M.A. Asturias, J. L. Borges (*), Gabriel García Márquez, J. Cortázar, Mario Vargas
Llosa, J. Gü-imaraes Rosa, Augusto Roa Bastos.
UNIDAD V Teatro del Siglo XX
Anton Chéjov, Henrik Ibsen, Luigi Pirandello, Berltolt Brecht, Eugene Ionesco, E. O’Neill, T. Williams, A. Miller , S .Beckett, F.G. Lorca.
Aclaraciones
La Unidad introductoria (Del Racionalismo al Sturm Und Drang) pretende una ubicación histótico – cultural que funcione a manera
de punto de partida al presente programa.
(*) En el caso de Borges solo se podrá elegir una de las dos opciones: lírica ó narrativa.
La Contextualización se mantiene para aquellas unidades en las que se produce la integración de diferentes épocas con el


propósito de establecer una mirada abarcadora. (Unidades I y II.)

5TO. AÑO LITERATURA : PROGRAMA OFICIAL.-

UNIDAD I. LITERATURA GRECOLATINA.
Homero o Virgilio o Esquilo o Sófocles o Eurípides.
Contextualización: Píndaro; Safo; Platón; Artistófanes; Plauto; Aristóteles,
 Ovidio; Lucrecio; Horacio; Hesíodo.
UNIDAD II. TEXTOS DE INSPIRACIÓN RELIGIOSA.
 Biblia: Antiguo y Nuevo Testamento.
Contextualización: El Corán; Popol Vuh; Cantar de Gilgamesh.
UNIDAD III. EL MUNDO MEDIEVAL Y LAS LITERATURAS EN LENGUA
VERNÁCULA.
Dante: Divina Comedia.
Contextualización: Trovadores provenzales; Tristán e Iseo; autores del Dulce
 Estilo Nuevo; Petrarca; Bocaccio; Chaucer.
UNIDAD IV. RENACIMIENTO.
Dramaturgia de Shakespeare.
Contextualización: Ronsard; Marlowe.
UNIDAD V. NACIMIENTO DE LA NOVELA MODERNA.
Cervantes: El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha.
Contextualización: La novela de caballería: Tirante el Blanco; Amadís de


 Gaula; La saga del rey Arturo.

¡ BIENVENIDOS AL AÑO LECTIVO 2016 !