Alumnos de 6to. Publico los poemas a trabajar en tanto esperamos la antología.
Canto
XXI: A Silvia
[Poema -
Texto completo.]
Giacomo Leopardi
¿Todavía recuerdas
de tu vida mortal, Silvia, aquel tiempo, en el que la beldad resplandecía en tus ojos huidizos y rientes, y alegre y pensativa, los umbrales juveniles cruzabas?
Resonaban las calmas
estancias, y las calles vecinas con tu canto inagotable, mientras a las labores femeniles te sentabas, dichosa de aquel vago futuro de tus sueños. Era el mayo oloroso: y tú solías pasar el día así.
Yo los gratos estudios
tal vez dejando y los sudados pliegos, que mi temprana edad gastaban y de mí la mejor parte, en los balcones del hogar paterno escuchaba el sonido de tu voz y tu mano ligera recorriendo la tela fatigosa. Miraba el cielo calmo, los dorados caminos y los huertos, y allá el lejano mar, y allá los montes. Lengua mortal no dice lo que mi alma sentía.
¡Qué dulces pensamientos
que esperanzas, qué pálpitos, oh Silvia! ¡Cómo la vida humana y el hado contemplábamos! Cuando recuerdo tantas ilusiones, me abruma un sentimiento acerbo y sin consuelo, y me vuelve a doler mi desventura. Oh tú, naturaleza, ¿por qué no das después lo que un día prometes? ¿por qué tanto engañas a tus hijos? Antes que el frío arideciera el prado, de extraña enfermedad presa y vencida, moriste, oh mi ternura, sin que vieras las flores de tu edad; no alegraba tu alma el dulce elogio o de las negras trenzas o de tu vista esquiva y amorosa; ni contigo en las fiestas las amigas de amoríos hablaban.
También murieron pronto
mis dulces esperanzas: a mis años también les negó el hado la juventud. ¡Ah, cómo, cómo pasaste, cara compañera de mi primera edad, mi llorada ilusión!
¿Es este el mundo aquel? ¿Éstas
las obras,
el amor, los sucesos, los placeres de los que tanto entre los dos hablábamos? ¿esta es la suerte de la raza humana? Al llegar la verdad tú, mísera, caíste: y con la mano la fría muerte y la desnuda tumba de lejos señalabas. |
Annabel Lee
[Poema -
Texto completo.]
Edgar Allan Poe
Hace de esto ya muchos, muchos
años,
cuando en un reino junto al mar viví, vivía allí una virgen que os evoco por el nombre de Annabel Lee; y era su único sueño verse siempre por mí adorada y adorarme a mí.
Niños éramos ambos, en el reino
junto al mar; nos quisimos allí con amor que era amor de los amores, yo con mi Annabel Lee; con amor que los ángeles del cielo envidiaban a ella cuanto a mí.
Y por eso, hace mucho, en aquel
reino,
en el reino ante el mar, ¡triste de mí!, desde una nube sopló un viento, helando para siempre a mi hermosa Annabel Lee Y parientes ilustres la llevaron lejos, lejos de mí; en el reino ante el mar se la llevaron hasta una tumba a sepultarla allí.
¡Oh sí! -no tan felices los
arcángeles-,
llegaron a envidiarnos, a ella, a mí. Y no más que por eso -todos, todos en el reino, ante el mar, sábenlo así-, sopló viento nocturno, de una nube, robándome por siempre a Annabel Lee.
Mas, vence nuestro amor; vence
al de muchos,
más grandes que ella fue, que nunca fui; y ni próceres ángeles del cielo ni demonios que el mar prospere en sí, separarán jamás mi alma del alma de la radiante Annabel Lee.
Pues la luna ascendente,
dulcemente,
tráeme sueños de Annabel Lee; como estrellas tranquilas las pupilas me sonríen de Annabel Lee; y reposo, en la noche embellecida, con mi siempre querida, con mi vida; con mi esposa radiante Annabel Lee en la tumba, ante el mar, Annabel Lee. |
¿Qué dirás esta noche, pobre alma solitaria,
Qué dirás, corazón mío, corazón otrora marchito,
A la hermosísima, a la buenísima, a la carísima,
Cuya divina mirada de pronto te ha reflorecido?
—Emplearemos nuestro orgullo entonando sus loas,
Nada vale la dulzura de su autoridad;
Su carne espiritual tiene el perfume de los Ángeles,
Y su mirada nos reviste con un manto de claridad.
Que así sea la noche y en la soledad,
Que así sea en la calle y entre la multitud,
Su fantasma en el aire danza como una antorcha.
A veces él habla y dice: "Soy bella y ordeno
Que por el amor mío no améis más que lo Bello;
Yo soy el Ángel guardián, la Musa y la Madona".
Qué dirás, corazón mío, corazón otrora marchito,
A la hermosísima, a la buenísima, a la carísima,
Cuya divina mirada de pronto te ha reflorecido?
—Emplearemos nuestro orgullo entonando sus loas,
Nada vale la dulzura de su autoridad;
Su carne espiritual tiene el perfume de los Ángeles,
Y su mirada nos reviste con un manto de claridad.
Que así sea la noche y en la soledad,
Que así sea en la calle y entre la multitud,
Su fantasma en el aire danza como una antorcha.
A veces él habla y dice: "Soy bella y ordeno
Que por el amor mío no améis más que lo Bello;
Yo soy el Ángel guardián, la Musa y la Madona".