I)
CARACTERES GENERALES DEL SIGLO XVIII FRANCÉS.- Durante el siglo XVIII, Francia ejerce la
hegemonía cultural de Europa; por lo tanto es en ese país donde debe ser
estudiada especialmente esta época.
El
siglo XVIII procede del XVII y al mismo tiempo que continúan algunas de sus
tendencias, significa fundamentalmente una violenta reacción contra él.
Estudiaremos
comparativamente los caracteres de ambos siglos.
El
siglo XVII es cristiano y monárquico. La literatura está al servicio de las
instituciones. Es una literatura centralizada en la Monarquía: Luis XIV,
Versalles. Es una literatura cristiana, espiritualista y moral. Es al mismo
tiempo, aristocrática y mundana. Es una literatura impersonal y objetiva,
disciplinada, sometida a las reglas estéticas, recogidas por Boileau, en su
“Arte Poética” (1674). Tal es el clasicismo moderno o el clasicismo francés,
característico del siglo XVII, que ha sido definido como el equilibrio entre la
razón y la verdad, entre la verdad y la belleza: “Solo es hermoso lo verdadero; solo lo verdadero es amable; lo bello es
lo razonable; lo razonable es lo real” (Boileau). El ideal artístico radica
en la imitación de la naturaleza, según la clásica definición de Aristóteles.
Debe lograrse la naturalidad y claridad en los conceptos, en el estilo y en el
lenguaje. La producción literaria sigue a los modelos clásicos greco-latinos;
los poetas antiguos, más próximos a la naturaleza, son quienes la han
comprendido mejor. Sin embargo, no se hace de los antiguos una imitación tan
servil como en el Renacimiento, porque se les adapta a lo nacional.
El Siglo XVIII significa una revolución en
el plano de las ideas con respecto al siglo anterior. La literatura adopta una
actitud militante: en nombre de la soberanía absoluta de la razón ataca todas
las creencias tradicionales y pretende reformar o destruir todas las
instituciones de la época. El centro literario ya no es Versalles, sino París:
los salones y los cafés literarios. Es una literatura irreligiosa. El
racionalismo destruye el equilibrio clásico entre la razón, verdad y belleza.
Se afirma la primacía absoluta de la razón; ni la esfera de la fe, ni la de la
tradición están libres de su predominio. Lo ideal artístico aparece desplazado
por el espíritu científico y filosófico. El prosaísmo domina todas las
manifestaciones literarias. La lengua se intelectualiza; se amolda a las
exigencias del pensamiento filosófico y pierde el sentido del matiz. El fondo
predomina sobre la forma. Se tiende a lograr una precisión casi algebraica en
la expresión de las ideas. “El estilo
– dice Buffon- no es más que el orden y
el movimiento que se pone a las ideas”.
La
literatura del siglo XVIII desprecia a los antiguos. Como consecuencia de la
creencia en el progreso, se ataca la tradición clásica antigua. Se toma como
modelos a los autores del siglo anterior, es decir a los clásicos modernos.
Expresa Voltaire: “Todas las tragedias
griegas me parecen obras de estudiante en comparación con las sublimes escenas
de Corneille y las perfectas tragedias de Racine”. Voltaire defiende la
aplicación de las reglas literarias; admira a Boileau, el preceptista del siglo
XVII, y menosprecia a Shakespeare y al teatro español de la edad de oro.
En
síntesis, pues, la literatura del siglo XVIII, revolucionaria en el aspecto
filosófico, es conservadora desde el punto de vista literario, ya que respeta
las reglas clásicas y se inspira en los modelos del siglo precedente. Tal es el neo-clasicismo, tendencia
literaria característica del siglo XVIII.
Ahora
bien, independientemente del neoclasicismo y del filosofismo, en un segundo
plano, se desenvuelven dos tendencias en este siglo: la primera está
representada por las comedias ligeras, frívolas, ingeniosas y galantes de
Marivaux, que contrastan con la gravedad y seriedad del espíritu filosófico; y
la segunda, la más importante, por ser precursora del romanticismo, la llamada
“corriente sensible” atraviesa todo el siglo XVIII y está representada por el
Abate Prevost, con “Manon Lescaut” (1731) y fundamentalmente con Rousseau, con
“La Nueva Heloísa” (1761). Rousseau es el principal precursor del movimiento
romántico, pues inaugura, en pleno siglo XVIII, la literatura subjetiva y
confesional.
Analizaremos
algunos aspectos fundamentales del siglo XVIII francés.
Factores políticos y sociales.- El siglo XVIII presenta la particularidad de que en
él no existe una gran figura política en torno a la cual se agrupan las fuerzas
espirituales e intelectuales. La realeza, de gran poderío en el siglo anterior
en que la personalidad de Luis XIV centralizaba en torno de sí toda la vida de
la nación, está completamente debilitada. La autoridad política del res es
discutida. Cortesano y favoritos triunfan en esta monarquía decadente gracias a
la ineptitud del rey Luis XV. El rey pierde la dirección de los espíritus. El
centro intelectual no es Versalles como durante el reinado anterior, sino París
con sus salones y sus cafés.
La
nobleza también está en decadencia; abusa de sus privilegios y trata de rodear
al monarca y aislarlo de la burguesía en lo cual radica precisamente la mayor
fuerza intelectual y económica.
Paralelamente
a este proceso de descomposición de las fuerzas que hasta entonces habían sido
las dominantes, se produce, como ya hemos señalado, el fenómeno del crecimiento
de la importancia de la burguesía. Aunque puede decirse que los burgueses
gozaban ya de cierto prestigio y ascendencia antes de este período, en el siglo
XVIII dicha clase social pasa al primer plano, a constituir lo más relevante de
la vida nacional. Voltaire, la figura de mayor importancia del período es un
acaudalado burgués.
La soberanía de la razón.- El movimiento y la transformación ideológica son apreciables
en este siglo. Se produce una verdadera revolución en la manera de pensar, y,
por una exageración del principio de la soberanía de la razón heredado del
siglo anterior, se afirma ilimitadamente el derecho al examen y a la crítica de
todas las concepciones existentes. Se ataca a la organización social y a las
instituciones políticas, sintiéndose los espíritus poseídos por un ansia de
renovación tal que hasta el principio de la autoridad del monarca, tan
respetado cuando Luis XIV, entra ahora en crisis. La debilidad de las
instituciones y, sobre todo, la descomposición de las clases dominantes, hizo
posible este ataque llevado a cabo por la intelectualidad de la época en nombre
de la razón, de la creencia en la bondad natural del hombre y en la
perfectibilidad indefinida del espíritu humano.
Irreligiosidad.- La literatura de este siglo es esencialmente irreligiosa.
Esta
irreligiosidad es consecuencia del dogma de la soberanía de la razón. En el
siglo anterior, la razón encontraba un límite en la fe, pero ahora la fe se ha
debilitado debido, entre otras causas, a las disputas entre jansenistas y
católicos. Paralelamente a este debilitamiento de la fe se opera un
fortalecimiento de la razón, a través del cartesianismo, cobrando tal autoridad
el razonamiento lógico que era esgrimido como argumento decisivo aún en las
disputas teológicas a que hemos hecho referencia.
No se
niega la existencia de la Providencia como principio ordenador del universo y
hasta se llega a admitir un teísmo vago e indefinido, pero se ataca a la
Iglesia como institución y se trata de sustituir la moral de base cristiana,
por una moral laica asentada fundamentalmente en el postulado de que el hombre
es natural y esencialmente bueno.
Se
sustituyen los dogmas religiosos por los dogmas filosóficos y científicos: la
idea de progreso, la perfectibilidad indefinida del hombre.
Concepción filosófica.- La concepción filosófica del siglo XVIII es al mismo tiempo
individualista, sociológica y universalista.
Es
individualista en el sentido de que afirma la existencia de los derechos del
hombre, derechos naturales, anteriores y superiores a la sociedad. Como consecuencia
de ese individualismo, el hombre aparece en pugna con las instituciones y con
la organización social, contrariamente a lo que sucedía en el siglo anterior,
en el cual el individuo ocupaba un sitio determinado en la sociedad.
Es
asimismo una literatura sociológica, en el sentido de que se preocupa
fundamentalmente de la reforma de la sociedad y no del individuo en su aspecto
moral, como en el período anterior. Partiendo de la idea de bondad natural del
hombre, se llega como conclusión a la
necesidad de la reestructuración del elemento social, ya que el elemento
humano, de suyo, no tiene necesidad de esta reforma.
Se
creía que esta reforma debía partir de la legislación, es decir de las normas
que rigen la vinculación entre los diversos individuos, y no del hombre mismo,
por ser éste naturalmente bueno.
Se
prescinde de la psicología; no se estudia al hombre como ser moral, sino en sus
relaciones con los demás integrantes del cuerpo social, sin tener en cuenta las
diferencias existentes entre unos y otros. Se concibe un tipo de hombre
abstracto y sobre él se trabaja, dejando de lado las características
diferenciales que separan entre sí a los individuos, tales como el
temperamento, la raza, el momento histórico, etc.
En
general podemos decir pues, que la filosofía del siglo XVIII se caracteriza por
el abuso de la abstracción y la generalización, sólo se tiene en cuenta lo que
existe de común en el hombre como un tipo uniforme, impermeable a las
circunstancias de tiempo y de ubicación geográfica. Como dice Lanson: “En moral, en religión, en política, el
siglo XVIII legisla para el hombre en sí, para ese vago residuo que se obtiene
suprimiendo todas las diferencias que se
perciben entre el francés, el inglés, el chino, etc… y que no corresponde, en
resumidas cuentas, a ningún hombre real”.
Como consecuencia decaen los géneros literarios psicológicos tales
como la comedia, la tragedia y la oratoria sagrada, y la producción artística
de este siglo lleva impreso un carácter cosmopolita.
Los problemas
planteados por los filósofos de esta época están referidos, como vimos, a un
tipo de hombre abstracto, y son, por ende, de proyección universal, pudiendo
aplicarse sus soluciones a todo el mundo, ya que los dictados de la razón
tienen vigencia universal.-
LITERATURA DE LOS SIGLOS XVIII Y XIX.- HONTANAR
APUNTES DE LITERATURA,
PÁGINAS 7-12, ED. MOSCA HNOS, 1971.-