martes, 18 de junio de 2013

5TO. AÑO, INFORMACIÓN PARA NUEVO TESTAMENTO.-


JESÚS, LA FIGURA CENTRAL

Grecia tuvo en Sócrates al hombre más sabio y heroico del mundo antiguo; el mundo naciente tuvo su modelo de pureza y sacrificio en Cristo. El primero representa la última dimensión humana de un saber alcanzado con el solo ejercicio de la razón investigadora: el segundo sorprende por su conocimiento penetrante del corazón ajeno y su innato sentido de justicia.
Uno y otro subvierten la escala de valores, las costumbres y la legalidad oficiales. Uno y otro aceptan sus destinos trágicos sin negar ni envilecer sus enseñanzas y sin renunciar a la manifestación de sus palabras activas. Pero Sócrates es la clarividencia de los límites humanos; Cristo, el afán por sobrepasarlos. El sacrificio de Sócrates es un imperativo moral; el de Cristo, ofrenda y entrega gratuita. El primero ayuda a distinguir el bien, la belleza, la justicia; es un enamorado del pensamiento y del poder del Logos. El segundo, lo encarna. Sócrates muere ejemplarmente, atestiguando la grandeza del sabio consecuente con su práctica. Cristo suscita prosélitos (seguidores), promueve mártires y despierta una nueva piedad. Un rasgo común los hace igualmente excepcionales y admirables: ambos fueron ágrafos, es decir, nunca escribieron. Sólo Cristo una vez, en excepción que confirma la regla, escribió. Pero lo hizo sobre la tierra. (Juan 8: 1-11).
Sócrates es hombre de un solo nombre y sólo por él se lo conoce; Cristo admite pluralidad de nombres, cada uno de los cuales señala un atributo revelado en sus obras o en sus palabras. Es por lo pronto el Mesías, el Salvador, el Redentor. Sus contemporáneos le llamaban Rabbin Jesús; los romanos, el Nazareno; sus vecinos, perplejos, hablaban del carpintero, hijo de María que se había vuelto predicador.
Fray Luis de León, en un libro insuperable discurre sobre catorce nombres y da nutrida explicación de cada uno. Tal multiplicidad admite términos opuestos: Cristo es llamado Brazo de Dios, justiciero y fuerte; y es también Cordero, paciente y frágil víctima propiciatoria. Examinada con atención,
su historia parece tejido de contradicciones. Nació en un pesebre, su cuna fue humilde, su padre, un obrero; pero él tomó para sí la misión de redimir a todos los hombres.
Su pueblo esperaba un salvador y un rey que lo elevase por sobre los demás pueblos; pero su poder no compitió con los poderes terrenos y su reino, según proclamó, no era de este mundo. Observó recta conducta, fue de trato bondadoso, alentó al pobre, al débil, al enfermo; pero despertó envidias feroces y fue blanco de la calumnia y de la traición. Decía ser testigo de la gloria divina pero recibió burlas, escarnio y tortura. Al fin, el amado por los pobres y los simples, y aborrecido por los doctores de la ley, fue condenado a esa muerte por crucifixión que la justicia imperial reservaba para los revoltosos y los delincuentes. La historia entera del pueblo de Israel se orientó en el sentido mesiánico. Cada episodio contuvo una expectativa del deseado Mesías salvador.
El Pentateuco lo previó, los profetas lo proclamaron, los reyes le aguardaron, los hombres y las mujeres auscultaron su venida. Pero cuando ese carpintero, hijo de carpintero salió al mundo, fue piedra de escándalo. Conspiraron contra él y obtuvieron su condena a muerte. Muchos lo tuvieron por profeta, y como a tal le escucharon y siguieron.
Su prédica ganó adeptos, pero también adversarios. Su sola presencia impuso un compromiso. Conociéndolo, nadie pudo esquivar la opción: había que estar con él o en contra de él. Ninguna otra figura profética del A.T. adquiere esa contundencia. Ninguna impone decisiones tan radicales ni consecuencias tan abundantes y severas. La sola lectura de las páginas neo testamentarias que cuentan su historia basta para entenderlo así.
Son sus enemigos la hipocresía y el fariseísmo. Le atacan porque comparte sus horas con los extraviados, acompaña a los publicanos1 y perdona a los pecadores. Cura en sábado –día sacro consagrado al reposo-se empeña en regenerar a los que el mundo consideraba perdidos, exalta la limpieza de corazón y la inocencia de las intenciones. No se ha de vivir-advierte-como sepulcro blanqueado, reluciente por fuera pero lleno por dentro de podredumbre. No matarás, dijo la Ley, pero él dice que aquel que concibió un mal pensamiento contra su hermano, será reo delante del tribunal. Pone en su lugar a la ley mosaica (ley de Moisés), haciendo de ella no un instrumento de opresión sino de salud interior y de libertad.
Enseña que el dios terrible y adusto del A.T es el padre pródigo en amor cuyo reino en todo momento y en todo lugar, anuncia. Pues no tiene otro norte su ministerio sino la misericordia divina.
Se hace uno con el pobre y con el que vive de su jornal.
El rostro del esperanzado puede ser el suyo y también la alegría del que ha obrado bien. Suyos son los rasgos del hombre sufriente, porque en cada padecimiento está su padecer y en cada agonía, su propia agonía.
Es el prójimo por autonomasia, el desvalido que pide amparo y aún el harto y el satisfecho a quien es necesario emancipar del egoísmo o del hastío. En el silencio de cada hombre golpeado por otros hombres está su silencio ante los flageladores romanos. En el estertor de cada moribundo están sus palabras en la cruz “¿Por qué me han desamparado?”(San Mateo, 27:6)

De PATERNAIN, Alejandro. Información sobre el Nuevo Testamento. Editorial Técnica s.r.l Nº 35 – Manuales de Literatura
  1. 1Judío que cobraba impuestos, eran odiados y temidos por el pueblo.